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Aprovechar el tiempo de verano

Tener un hijo con problemas es compatible con que el tiempo corra de modo semejante como corre para el resto de las otras familias. Y digo semejante, y no igual, porque para quien tiene problemas, el tiempo corre a trancas. Unas veces muy deprisa, y no da tiempo de nada, otras con una lentitud exasperante y los días se hacen interminables. Pero al fin, para todos llega el verano.

“¿Y ahora qué vamos a hacer?”. Esta es, entre los jóvenes, la pregunta mas frecuente en verano. Y también en invierno. Terror al vacío. Pero aquí y hoy no vamos a dar ideas sobre cómo gastar el tiempo extra que el verano ofrece. Sino ideas sobre cómo aprovecharlo bien.

Aprovechar es lo contrario a dilapidar. Y el tiempo es el único bien que en verdad tenemos contado. Así pues aquilatemos ese tiempo adicional que el verano regala.

En primer lugar para disfrutar juntos. En familia. Todos. El problemático también. Unidos por el gozo de un buen aire, un paisaje, un mar compartidos. Hacer juntos una excursión por la montaña, hacer cumbre con los hijos, tumbarse al sol en la misma pradera, bañarse al anochecer, ver juntos una buena película, son experiencias que aúnan el espíritu. Reconcilian y reconfortan.

En segundo lugar encontremos tiempo para disfrutar de la intimidad. Con nuestro amor y con cada uno de los miembros de la familia. Por separado. También con quien nos quita el sueño. Solo se puede abrir el corazón hablando de persona a persona. Mirándose a los ojos. Sin mas testigos ni prisas. Dos es el número máximo que la intimidad permite invitar. Procuremos esos momentos de soledad compartida.

En tercer lugar para encontrarse uno consigo mismo. Es, quizá, el encuentro mas difícil, pues a menudo nos autoescondemos, por miedo o por pereza. Miedo a hacer un balance vital, a examinar la cuenta de resultados, a analizar los empeños perseguidos y perdidos. Pereza por descubrir los deseos profundos, los planes marchitos, el suspiro escondido en el fondo del almario.

Ya saben, contra pereza: diligencia. Arriba. En pie. Si físicamente el verano debe servir para recobrar fuerzas a base de hacer ejercicios repetidos. Espiritualmente también. ¿Dónde encontrar la energía para empezar a realizar estos ejercicios? En la oración, en la meditación, en la contemplación, en la lectura de poesía. En la música. En el uso y disfrute del silencio y de la soledad. En la conversación íntima.

“No tengáis miedo”, este consejo divino, repetido por Jesús en muy diferentes ocasiones, es preciso recordarlo y aplicarlo a nuestra vida cotidiana veraniega. A nuestro esfuerzo por renovar la energía interna. Una vez recargados, ¿quién nos podrá parar?.

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