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La ley del equilibrio

La buena crianza no es sobreproteger ni sobrepremiar

La crianza está cambiando según se adapta a las necesidades sociales; dicen los padres: “Estamos viendo que ahora mismo tenemos más herramientas formativas, pero menos tiempo para estar con los hijos que hace 30 años”. La crianza ha evolucionado en estos últimos años. Y se han dejado atrás algunas teorías como eran, por ejemplo, dejar llorar al bebé, el uso del rincón para pensar o cortar las rabietas. Estas medidas pueden ser útiles, pero han demostrado no ser del todo beneficiosas para el desarrollo del niño. Hoy la moda es la “gestión emocional”. Lo importante, afirman los expertos, es que los niños conozcan, vivan y experimenten lo que sienten y cómo lo sienten .

“Creo que uno de los principales avances que estamos teniendo en la crianza hoy es saber acompañar a nuestros hijos y validarles las emociones que están sintiendo. Hace unos años, se bloqueaban las emociones porque te hacían parecer débil”, afirma otro padre.

“Tenemos que ver qué es lo que estamos haciendo ahora, qué está en nuestras manos y qué podemos mejorar en la crianza; no todo es raciocinio de las emociones. En determinadas edades es imposible. Por ejemplo, a los 3 años si un niño siente miedo, llora y pide compañía es inútil pedirle que razone y analice “de qué tiene miedo”. Como hace años hoy nuestra responsabilidad es procurar estar informados para disfrutar de nuestros hijos y fortalecer el vínculo emocional, eso será un regalo para toda la vida”.

“Durante la última década hemos experimentado un gran avance en el fomento de una crianza más respetuosa basada en la construcción de un vínculo de apego seguro”, explica Miriam Escacena, ingeniera de profesión, guía Montessori y autora del libro “Comunicación con bebés. Mis manitas hablan” editorial Cuatro Hojas.

Afirma la autora: “Aunque el sistema educativo tal y como está pensado no me gusta, tuve la gran suerte de adaptarme a él en mi infancia. Siempre fui una de esas niñas complacientes de las que dan pocos problemas: buena estudiante, autónoma, polivalente. Estudié una ingeniería trabajé como tal durante casi quince años. Mi primer trabajo fue para un proyecto de la Agencia Espacial Europea, ¡poder aportar en algo así y vivir lanzamientos en directo de los cohetes me parecía fascinante! Desarrollé mi carrera profesional en un mundo en el que las mujeres nos contábamos con cuenta gotas y la brecha era más bien un abismo. Siempre tuve claro que no quería jubilarme trabajando para otros, y a los pocos años de terminar la Universidad hice un MBA, pero en este tipo de postgrados te enseñan a ponerte traje y dirigir grandes empresas que ya funcionan; no a crear la tuya propia. Junto a mi primera hija volví a nacer como mujer y empecé a replantearme muchas cosas. Todo el mundo a mi alrededor opinaba sobre cómo debía criarla, que no la tomara en brazos para que no se acostumbrase, que mejor le diera leche artificial… En esa época me sentí tan desvalida y con tan pocos apoyos a mi alrededor que me prometí a mí misma que cuando estuviese mejor haría todo lo posible por que ninguna mujer se sintiese tan sola como me sentí yo en mi puerperio.

Esa fue la razón por la que fundé una asociación de crianza, con el objetivo de crear un espacio de confianza y respeto necesario que yo nunca encontré, y por la misma época empecé a escribir un blog sobre todos los temas que iba aprendiendo sobre infancia y educación respetuosa y a ofrecer cursos a familias los fines de semana.

Aprendí que “la neurociencia demuestra que los primeros años de vida del ser humano son claves para la construcción de su psique y del tipo de relaciones que tenga de adulto. Tal y como decía Maria Montessori: los males de la primera infancia los traemos con nosotros para el resto de nuestras vidas”.

“La sobreprotección nunca será beneficiosa, ni para quien la ejerce ni para quien la sufre. Sobreproteger a los niños les hace mucho daño tanto a su autoestima como a su capacitación. Un menor al que le hacemos todo crecerá pensando que él no es capaz de hacer nada”, explica una madre.

En la sobreprotección se unen dos factores, las prisas y el miedo, que son los que hacen que acabemos haciendo por nuestros hijos cosas que perfectamente podrían hacer ellos. “Y lo cierto es que, desde bien pequeños pueden ir asumiendo responsabilidades como llevar el pañal a la basura, llevar la ropa sucia al cesto, ayudar a poner la mesa… pero para desarrollarlas necesitamos darles tiempo para que aprendan. Por otro lado, el miedo a que sufran, a que les pase algo, a que se hagan daño… nos hace muchas veces no dejarles que vivan y experimenten”, continúa. Según mantiene esta experta, como padres debemos estar presentes y ser su colchón para cuando nos necesiten, “pero tenemos que dejarles aprender a solucionar sus problemas y debemos tratar de no trasladarles nuestros propios miedos”.

“La sobreprotección es peligrosa en tiempos de pandemia y fuera de ella. Es la mayor enemiga de la autonomía de un niño, sé que muchos padres sobreprotegen desde el amor, pero deben ser conscientes que impiden que este se enfrente a sus tareas y retos diarios. Esto no es capacitarlos para la vida. Por otro lado, como dato curioso deben saber que la sobreprotección genera apego inseguro”, añade el padre.

“Sobreproteger puede ser un riesgo en el que caigamos sin darnos cuenta, pero debemos aprovechar el lado bueno del miedo”, continúa Escacena, “este último nos permite activarnos y centrar nuestra atención en protegernos de forma adecuada. Esto es lo que tenemos que transmitir a nuestros hijos, y dejar a un lado el doomscrooling, que es un fenómeno del que están hablando los psicólogos en esta época de pandemia y que nos hace tener cierta tendencia catastrofista. Debemos recordar que somos un ejemplo para nuestros hijos y la forma en la que nosotros nos tomamos los acontecimientos será su modelo a seguir”.

La sobrecompensación también es muy peligrosa, ya que los niños acaban necesitando continuamente la aprobación externa. “Los premios, al igual que los castigos, son una herramienta que no es beneficiosa para el desarrollo de una sana y buena autoestima. La necesidad de la aprobación continua externa conlleva una dependencia de los demás y los niños dejan de creer en su propio criterio”, sostiene la madre.

 “Si continuamente estamos premiando los resultados de los niños, estos dejan de disfrutar del aprendizaje que se realiza durante el camino y son muchos más inseguros porque necesitan que alguien les diga que lo están haciendo bien”, añade. “La compensación siempre suele ir asociada a un resultado y nos olvidamos del esfuerzo y del trabajo. Alentar a nuestros hijos es mucho más beneficioso que alabar aquello que hacen, cuando alentamos ponemos el foco en el propio niño, mientras que cuando alabamos solo estamos viendo un resultado y normalmente el foco suele estar puesto en nosotros mismos (a nosotros nos gusta el resultado)”, incide la experta.

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