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Prevenir mejor que curar

Desde la cuna, cuando el bebé aún no puede moverse por sí mismo, hasta la adolescencia y la mayoría de edad, cuando no paran en casa, este sabio refrán es fundamental en toda buena crianza.

Está demostrado por estadística y publicado por la Organización Mundial de la Salud que la familia importa mucho a la hora de prevenir los comportamientos peligrosos durante la adolescencia, pero siempre y cuando el adolescente se «sienta unido a su familia» y no se sienta «desubicado» en casa.

Si puso en su día una valla para que el bebé gateando no se cayera escaleras abajo, ¿cómo no poner límites al comportamiento durante el crecimiento y la adolescencia?

También es preciso tener en consideración que hay niños que forman parte del mundo de Personas con Alta Sensibilidad (PAS)

Luego el primer paso a dar es fomentar las emociones positivas en familia. No son tantas: alegría, amor y humor. ¿Cómo se pueden fomentar? Por ejemplo: viendo películas juntos y comentarlas al tiempo. Ir de excursión juntos y hablar mientras se camina o se va en bicicleta o se visita el centro histórico de una nueva ciudad.  Leyendo en voz alta poesía, o escuchando música juntos en casa, o yendo a conciertos o al teatro en familia. Visitando museos o jardines. Pero una medida radical y fácil para hacer una familia unida por emociones es desayunar y  cenar juntos diariamente. La mesa de comedor es el lugar y tiempo perfectos para iniciar desde muy pequeños la comunicación familiar.

Segundo paso a dar:  respetar la personalidad naciente del niño y por supuesto del adolescente. Cada niño de una misma familia es diferente.  Los padres somos testigos (¨pero si los hemos educado iguales¨). Sí. Pero cada hijo tiene gustos propios en juegos, aficiones, comida, amigos. Requiere su espacio propio interior y exterior.

El problema para el adolescente en familia es que necesita sentirse unido a ella, y al mismo tiempo sentirse libre e independiente para crecer en auto confianza. Necesita sentir el afecto de la familia, y al mismo tiempo su respeto hacia su libertad y personalidad. Somos los padres quienes tenemos que sabiamente conformar esa relación diaria de «unión familiar» y respeto a cada personalidad individual.

Tercer paso a dar: hablar claro sobre los límites en la niñez y en la adolescencia, con razones y si es preciso con discusiones. El niño y luego el adolescente debe saber con claridad lo que debe hacer, lo que puede y lo que no puede hacer y lo que debería querer hacer.

Si los límites hay que marcarlos con premios y castigos, se marcan, pero no siempre es necesario. Para un niño criado con amor en familia, el deseo de agradar debe ser su primera motivación, y su mejor premio el abrazo y la frase asertiva de sus padres.P

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