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¡Vive! Por favor.

Una joven que ha tenido tentaciones suicidas nos escribe solicitando su publicación una página hermosa en favor de la vida.

 

¿Sabes? Debe de haber cientos de temas sobre los que hablar por aquí. O miles. ¡O millones! No a todo el mundo le seducen las mismas historias. Es obvio. Y la verdad es que estoy muy lejos de intentar complacer a todo el mundo. Ni puedo, ni tampoco quiero. ¿Qué me motiva a elegir un tema y no otro? Me limito a expresar lo que necesito, a conversar conmigo misma desde distintos niveles de profundidad. A veces floto en la superficie, otras me zambullo en lo más hondo de mí. Depende. Ni siquiera sé a dónde voy a llegar cuando cojo el boli.

Pero cierto es que con todo esto busco casi siempre ayudarme a mí misma. A veces me doy cuenta de que cuando me atiendo, también atiendo a otros, y eso me anima a quitarle el “mute” a mis historias y a compartirlas con los demás. Lo último que quiero ahora mismo es hacerme daño, y por extensión hacértelo a ti. Busgosa es para mí un puente a través del cual me transporto a un lugar donde tú y yo somos lo mismo, y eso me permite adormecer esa parte cabrona que censura mi corazón y entorpece mi lengua.

Toda esta larga introducción es el preludio de un tema que me resulta espinoso, dolorosamente punzante. Mi madre me dijo que no utilizara este espacio para abordar este asunto. A veces tiene razón, y otras veces se equivoca. En este caso, no lo sé, pero voy a hacer lo que suelo hacer cuando una duda adquiere demasiado protagonismo dentro de mí: testarla, airearla, acompañar a mis pies cuando se echan a andar.

Me gustan las historias rurales, en las que siento la hierba bajo mis pies descalzos y la inminente aparición de xanas y trasgos. No es este el caso. Hoy te traigo una historia un poco más urbana, más de humanos y no tanto de cabras.

Y es que, aunque me guste menos, todas las semanas me quito un poco el olor a estiércol y polvo, me pongo ropa limpia y sin agujeros (o con agujeritos más pequeñitos) y cojo el tren de camino a la capital, donde intercambio un pedacito de mí por unos cuantos euros (vamos, lo que es un trabajo asalariado).

Jueves, 11 de octubre de 2018. 16:10h. El tren arranca puntual como de costumbre. Una mujer se sienta a mi lado y charlamos sobre las obras del ayuntamiento, peluquería y empanadas. Justo cuando entra en escena la empanada gallega de millo (maíz), el tren inicia el frenado de emergencia. La mujer que va sentada frente a nosotras exclama: “pillamos algo, no lo sentisteis?” ¿Y yo qué iba a sentir, si estaba en plena traducción del recuerdo de mi paladar a palabras? La puerta de la cabina del maquinista se abre y el profesional sale de ella con paso nervioso y rostro desencajado. El revisor aparece con el mismo paso y rostro, encontrándose con el maquinista a mitad de pasillo. Intercambian susurros sudorosos y abren la puerta para asomarse al exterior.

Los pasajeros guardan silencio, y la expresión facial de cada uno denota intriga, preocupación e incluso miedo. La mujer que va sentada frente a nosotras vuelve a exclamar: “¡ay madre, que pillamos algo!” Se levanta y se dirige al revisor, que tiene medio cuerpo fuera del vagón, y le pregunta: “se lanzó alguien a las vías, ¿a que sí?” El revisor asiente con la cabeza. La mujer con la que charlaba sobre empanadas le pregunta entonces: “¿y vive?” El revisor niega con la cabeza, desnudando sus ojos azules para cantar en silencio sobre el sufrimiento humano, entonando el estribillo de “no somos nada”.

Resoplidos, silencios, miradas desconcertadas… Un chico se pone sus auriculares, la mujer de en frente sale del tren para echar un pito, el maquinista entra al baño, la mujer de labios rojos llama por teléfono para avisar que llegará tarde… Poco a poco, todo el mundo va reaccionando a la situación, optando la mayoría por coger el teléfono y whatssappear con otra persona a la que necesitan para no sentir tan frío al fantasma de la muerte. Llegan la guardia civil y la ambulancia. El maquinista nos invita a abandonar el tren y esperar en el andén por el siguiente, sin sucumbir a la morbosa tentación de mirar atrás.

En Madrid el siguiente tren hubiera llegado en seguida, pero en Asturias no. Esperamos a nuestra manera, teniendo en cuenta lo que los acontecimientos despiertan en cada uno de nosotros. La mayor parte de los hombres permanecen taciturnos, intentando mostrar una indiferencia que algún gesto, tic o arruga desmiente. La mayoría de las mujeres se juntan en corros para desplegarse entre sí su arsenal de dudas: ¿cómo es que no dejó una mancha de sangre en la cabecera del tren?, pero ¿de dónde salió?, ¿quién sería?, ¿qué se le pasaría por la cabeza?

Yo siento que mi garganta es presa de una mano fuerte que aprieta con decisión. Tengo lágrimas en el pecho que despiertan sobresaltadas de su letargo. Y mi mente… Mi mente se ve invadida por los recuerdos. Todo mi cuerpo reacciona y me tengo que sentar. Saco el cuaderno de mi mochila y me pongo a escribir. Necesito ese rincón en el que volcar mi dolor y mi soledad. Me gustaría hablar con ese grupo de mujeres y explicarles qué se le pasa por la cabeza a un/a suicida, pero siento que mi voz se ahoga en un llanto mudo y libero mi energía en el papel.

Si tú también te preguntas qué se le pasa por la cabeza a una persona que se quita la vida, podría intentar hacer el ejercicio de transportarte a un lugar frío, inhóspito y desesperadamente oscuro. Podría hurgar en tus rincones más vulnerables y ser tan cruel contigo como un/a suicida lo es consigo mismo. Podría hacerte perder la fe y hundirte en el pesimismo más extremo. Podría empujarte a un agujero cenagoso en el que si peleas te hundes, y si te abandonas te hundes también. Podría describirte noches de insomnio en las que tu única obsesión sea dormir y no despertar más. Podría incluso introducir un mantra en tu cabeza que te arrulle con su potencial autolítico. Podría, pero ya no quiero.

Quemé cuadernos enteros en los que expresaba precisamente eso continuamente. En una ocasión, mi profe de lengua del instituto me comentó tras leer una redacción mía: “qué bello, pero ¡qué horrible!” Las letras siempre fueron mi refugio, me atrevería a decir que han sido mi salvación. Si alguna vez fui algo parecido a una poetisa, fue cuando más sufrí. Pero no necesito ser poetisa, no si el precio es despertarme cada mañana queriendo morir.

Así que si no sabes qué se le pasa por la cabeza a un/a suicida… genial. Eso quiere decir que, aunque hayas sufrido, no has tocado fondo. La vida es más liviana así, créeme. No hace falta que hagas el ejercicio de imaginarlo si no quieres, pero tampoco hagas el de juzgar si no has podido caminar con los zapatos del otro. Respeta, comprende, acompaña. Sé que no es fácil, vi durante años la impotencia, la rabia, la vergüenza y la culpa dibujadas en el rostro de mi madre. A día de hoy, creo que no me equivoco si afirmo que le regalé la peor experiencia de su vida, precisamente aquella en la que tuvo que hacer acopio de más fuerza y paciencia.

Pero si sabes de qué te hablo, si sabes lo que es vivir bajo el castigo de una voz que te empuja a tomar acción en tu contra, si has visto latir tu corazón a través de la rítmica huida de sangre a través de tus muñecas rajadas, si te has despertado mareado en un hospital tras un lavado de estómago, si hoy arrastras las secuelas de haber saltado desde tu azotea… Sigue leyendo, por favor, necesito hablar contigo.

Sé que crees que no hay alternativa, que no hay palabra que arroje luz al pozo en que te encuentras, que tu decisión es firme… Sé que es insoportable, que no puedes más, que crees que el mundo ganaría con tu ausencia… Pero permíteme decirte, amigo, que estás equivocado. Si quieres, podemos hablar de Darwin y su teoría de la evolución de las especies. Él afirmaba que sólo los más fuertes sobreviven. Y así es.

¿Tú crees que se te habría confiado el privilegio (sí, la palabra es privilegio) de la vida, si no fueras capaz de defenderla?

¿De verdad crees que, con lo difícil que es llegar hasta aquí, este no es tu sitio? Ya sé que hay infinidad de motivos por los que deprimirse y/o encabronarse, y es lo más natural del mundo sucumbir en algún momento, pero también los hay para celebrar la vida. Mereces estar aquí, la naturaleza no invierte sus recursos en crearte si no es así. Puede que no sepas qué hacer, pero eso nos pasa un poco a todos, aunque a veces no se note. La vida no viene con instrucciones para nadie.

Otra persona que dejó una huella importante: Krishnamurti. “No es saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma.” Este señor de rostro compasivo te está dando la razón. Él sabía que las cosas no iban de la mejor manera, y hoy sucede más o menos lo mismo. Pero eso no quiere decir que la solución sea quitarte la vida. Él inició una revolución pacífica y nos anima a todos a hacer lo mismo. ¡La causa te necesita! No le des de lado. Y fue Gandhi quien dijo “sé el cambio que quieres ver en el mundo.” Sabía lo que se decía, y es que cualquier cambio que tú creas necesario fuera de ti, requiere que tus pasos se encaminen en esa dirección. ¡Y ojo! Este hombre vivió unas circunstancias objetivamente difíciles, pero se aferró a algo más grande que él, a una causa en la que creía, a una misión que debía ser defendida y a una coherencia que le salvaría: ser el cambio que quiso ver en el mundo, la desobediencia civil a través de la no violencia.

Nuestro contemporáneo Dalai Lama: “si un problema tiene solución, para qué preocuparse?, y si no la tiene, ¿para qué preocuparse?” Cuando tenía 16 años y zozobraba entre mis pensamientos y emociones, mi tío Julio me regaló un libro en el que este hombre especial hablaba sobre este tema y muchos otros. Seguí deprimida y tardé muchos años en salir del berenjenal en que me había metido, pero he de reconocer que la sencillez aplastante de esa afirmación me hizo dudar del sentido de mi estado de alienación depresiva… y sonreí. De vez en cuando, el Dalai Lama resonaba y resuena en mi mente y me recordaba y recuerda que debo involucrarme en las soluciones necesarias a las situaciones que se me han planteado y se me plantean, pero también debo aceptar que pierdo energía cuando pataleo frente a lo inevitable. Abandónate, pues, a lo que es, y aprende a manejar tus velas en función del viento. Es tu motor más importante, al fin y al cabo, los remos son una energía auxiliar que viene genial cuando el mar está en calma, pero no son tan efectivos cuando hay tormenta. Y tú y yo sabemos que este mar está lleno de tormentas, aunque no olvidemos que hay también periodos de calma en los que podemos achicar agua y reparar los desperfectos de nuestro barco… para después volver a remar en la dirección en la que nuestra brújula interna nos va dictando.

¿Te sientes sola e incomprendida? Mira a las estrellas por la noche, calladitas y quietitas (¡en apariencia!) Habla con ellas. Llevan mucho tiempo dando vueltas por aquí y ya saben de sobra de qué va el rollo. Habla con el mar, habla con el fuego, habla con el viento pasajero. Su silenciosa compañía te brindará las respuestas que necesitas si logras entrenar el oído y hacerte una con ellos. No estás sola… Afina el oído y escucha.

¿Sabes? El otro día en la estación de tren, me di cuenta de algo en lo que no había reparado demasiado hasta ese momento: el efecto que el suicidio tiene sobre los demás. Yo creía firmemente que le hacía un favor al mundo quitándome del medio. Todos la cagamos alguna vez, a veces en forma de “cagadita”, otras en forma de “cagadón”. Pero ningún error, ni tampoco ningún defecto, ningún problema, ni el foco equilibrado hacia el lado de la catástrofe son tan grandes como para conducirte irremediablemente hacia el suicidio.

¿Y sabes por qué? Porque somos un equipo. Somos un equipo diverso con multitud de aportaciones a la vida que compartimos. No aportes desesperanza, ni tampoco fatalidad. Ya sé que te cuesta ver más allá, pero déjanos a los demás ayudarte a hacerlo. Con tu suicidio nos lanzas un mensaje claro: está todo perdido.

Y no, no lo está. Somos un animal sumamente sensible al contagio, así que busca aquello dentro de ti que quieras contagiar al resto. Busca en los demás, aquello que quieras que se te contagie. Cuídate mucho, rescata a la niña que fuiste y trátala con el mimo que se merece.

¿Le harías daño a esa niña?

¿Le dirías esas cosas que te dices, o le harías las cosas que te haces?

La vida está a tu disposición. Tu historia te está esperando. Descubre ese nicho de poder donde tu voz es más fuerte. Ocúpalo y crece desde ahí. No hagas caso cuando te digan cómo vivir tu vida, porque sólo tú sabes cómo hacerlo. Materializa ese cuento del que siempre fuiste protagonista, pasito a pasito, sin prisas.

¿Qué es lo peor que puede pasar? Ya sé que las aguas que te rodean están sumamente turbias y limitan tu campo de visión, pero reblandece esa coraza tuya que te impide conectar con esa parte oculta dentro de ti que ahora mismo me está dando la razón.

Da un paso hacia la vida. Todos te necesitamos fuerte, porque todos nos enfrentamos al mismo misterio. ¿Cuántas fichas en esta partida tienes sin estrenar?

¿Cuántas? Úsalas, por favor, son un regalo que se te ha confiado para que nos ayudes a ser mejores. Tenemos mucho que aprender de ti, bríndanos el ejemplo que sólo tú nos puedes mostrar. Único, no hay nadie como tú. No nos prives de tu luz, la necesitamos para encontrar la nuestra propia. Agárrate a aquello que te da la vida… Vuelve a coger esa armónica, da la vuelta al mundo haciendo autostop, esculpe con tus manos el universo que hay en tu interior, apúntate a esas clases de teatro, planta ese árbol, sostén esa mano, arregla la pata de la mesa, cose el botón del pantalón, dibuja eso que ves dentro de ti, juega con esa niña, haz limpieza general en casa, pide perdón, perdona, cocina tu plato estrella y compártelo, poda el rosal, cántale una canción al cielo estrellado, acaricia a tu gato… Te llegará el momento de morir, como a todos los demás. No lo precipites, porque todo parece indicar, si me estás leyendo, que estás vivo. Y la vida, ese mientras que transcurre entre el nacimiento y la muerte, es una oportunidad única para experimentar, para crecer… Para manifestar lo que has venido a ser aquí.

16 de Octubre, 2018

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